La reforma gregoriana fue un movimiento iniciado por el papa Gregorio VII en el siglo XI para reformar la Iglesia católica y devolverle su autoridad espiritual y moral. La reforma gregoriana se centró en varios aspectos, como el celibato clerical, la investidura de obispos y abades por parte de autoridades seculares, la simonía (venta de cargos eclesiásticos) y la falta de disciplina en el clero.
Uno de los principales logros de la reforma gregoriana fue la separación de la Iglesia y el Estado, estableciendo la autoridad papal como suprema en cuestiones eclesiásticas. También se instauró el celibato obligatorio para los sacerdotes, se prohibió la simonía y se reafirmó el derecho exclusivo del papa para nombrar obispos y abades.
La reforma gregoriana tuvo un gran impacto en la Iglesia católica y en la sociedad de la época, sentando las bases para la supremacía papal y la autonomía de la Iglesia frente a los poderes seculares. Aunque la reforma gregoriana enfrentó resistencia y desafíos, su legado perduró y contribuyó a fortalecer la autoridad y la influencia de la Iglesia católica en la Edad Media.
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